Playa del Carmen amanece con su azul escondido. Sobre la orilla, el sargazo se arrastra como un visitante no invitado, dejando un rastro espeso y marrón que tiñe la espuma del Caribe.
Los turistas caminan por la arena con las cámaras listas, pero no pueden evitar fruncir la nariz. El olor, salobre y ácido, sube con la brisa y se cuela entre los lentes oscuros y las sonrisas planeadas. El mar sigue ahí, pero parece otro.
Hay belleza, sí, pero también hay señal. La naturaleza avisa cuando algo no está en equilibrio. Y esta vez, lo hace con un mar que ya no solo se mira: también se respira.
📸 Octavio Martínez


